Tengo miedo
Tengo miedo porque me voy haciendo mayor y voy perdiendo vista,
reflejos, oído... menos mal que todavía no uso cayá. Tengo miedo porque
los semáforos para los automovilistas en mi ciudad nunca se ponen en
rojo para que pasen los peatones: se ponen en rojo solo para que pasen
otros automovilistas en los cruces. Si solo se cruzan con peatones, los
semáforos de los automovilistas se ponen en ambar, nunca en rojo. Como
dice la madre de un gran escritor cacereño: bienaventurados los que
crean en los pasos de cebra, porque pronto verán a dios.
Tengo
paciencia, todavía, para esperar cinco minutos en cada semáforo, y
piernas para atravesar cuatro carriles en 16 segundos: pero tengo miedo
porque no sé por cuánto tiempo tendré suficiente paciencia y piernas.
Tengo miedo porque mi hijo anda en la
edad del pavo y atiende a todo tipo de pasiones antes de cruzar por un
paso de peatones, y un conductor no tiene en cuenta las pasiones de sus
vecinos preadolescentes o mayores, ni siquiera parece enterarse de que
lleva entre manos la más productiva máquina de matar que la humanidad
ha inventado.
Tengo mucho miedo porque ayer uno de esos artefactos
se llevó por delante a Mario, compañero del equipo de basket de mi hijo,
de 13 años, en el paso de cebra a la puerta del María, y hace unos
meses a Paula, una musa de 11 años, en el paso de cebra del múltiple.
Tengo pánico porque el poder de manejar un arma con ruedas y cilindros a
muchos de mis vecinos les ha sacado de esta realidad a pie de calle que
sufrimos los peatones, sin ser conscientes de que se enfrentan a la que
quizá sea la única máquina de matar más poderosa que su coche: el
terror. Y yo ya tengo terror, no ya de convertirme en un abuelo
hooligan, sino en un auténtico terrorista con cayá que llame a la yihad
peatonal.
Tengo miedo porque me voy haciendo mayor y voy perdiendo vista, reflejos, oído... menos mal que todavía no uso cayá. Tengo miedo porque los semáforos para los automovilistas en mi ciudad nunca se ponen en rojo para que pasen los peatones: se ponen en rojo solo para que pasen otros automovilistas en los cruces. Si solo se cruzan con peatones, los semáforos de los automovilistas se ponen en ambar, nunca en rojo. Como dice la madre de un gran escritor cacereño: bienaventurados los que crean en los pasos de cebra, porque pronto verán a dios.
Tengo paciencia, todavía, para esperar cinco minutos en cada semáforo, y piernas para atravesar cuatro carriles en 16 segundos: pero tengo miedo porque no sé por cuánto tiempo tendré suficiente paciencia y piernas. Tengo miedo porque mi hijo anda en la edad del pavo y atiende a todo tipo de pasiones antes de cruzar por un paso de peatones, y un conductor no tiene en cuenta las pasiones de sus vecinos preadolescentes o mayores, ni siquiera parece enterarse de que lleva entre manos la más productiva máquina de matar que la humanidad ha inventado.
Tengo mucho miedo porque ayer uno de esos artefactos se llevó por delante a Mario, compañero del equipo de basket de mi hijo, de 13 años, en el paso de cebra a la puerta del María, y hace unos meses a Paula, una musa de 11 años, en el paso de cebra del múltiple. Tengo pánico porque el poder de manejar un arma con ruedas y cilindros a muchos de mis vecinos les ha sacado de esta realidad a pie de calle que sufrimos los peatones, sin ser conscientes de que se enfrentan a la que quizá sea la única máquina de matar más poderosa que su coche: el terror. Y yo ya tengo terror, no ya de convertirme en un abuelo hooligan, sino en un auténtico terrorista con cayá que llame a la yihad peatonal.
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